Hay quienes digan que el mundo en el que vivimos está rodeado de muros. Muros que cercan propiedades, intereses, intenciones y más que nada, muros que envuelven personas, y las alejan unas de las otras. Pero a los que ignoran el fatalismo de las ideas preformadas y se atreven a acercarse a tales barreras les es dada la posibilidad de ver la realidad de forma menos sombría. Y cuando valientes se bajan del tren-bala de la vida y caminan en dirección a los muros ajenos, perciben que no son realmente muros, son más bien membranas. Membranas análogas a la primera membrana que nos envolvió en vientre materno, tan transparentes que, al acercarse, uno casi puede creer que no hay nada, pero con la finalidad de proteger, camufladas de sentimientos, se mantienen intactas hasta que momentos de debilidad, inherentes a la vida, logran fisurarlas y en ese momento está dada la oportunidad de la conexión!
Muchos son los profesionales que tienen la oportunidad de acceder a la vulnerabilidad del ser humano en su presentación más genuina: la enfermedad. Mas, sin margen a duda, el médico es aquel que tiene mayor acceso a la fragilidade del paciente, y porque la fragilidad es en sí un medio capaz de hacer que las informaciones resuenen más profundamente, lo ideal es que las palabras que vengan del médico en ese momento tengan mayor función que simplemente comunicar acerca del diagnostico del doliente.
Ahí es que entra el rol del médico cristiano, que tiene dupla función, siendo la primera tan importante cuanto la segunda, sean ellas: intervenir en el sufrimiento físico y sembrar palabras de esperanza y amor en suelo jamás tan fértil: los oídos del enfermo.
Rotando por el el SAP(Sanatorio Adventista del Plata), en el servicio de Asistencia espiritual al paciente, ejerciendo el papel de aprendices: aprendices de médicos, de oyentes, y sobretodo aprendices de cristianos, hemos podido constatar que independiendo de edad, genero, status social, económico o condición religiosa, nuestros pacientes están deseosos de que, como profesionales de la salud, manejemos una perspectiva que abarque más que sus patologías, que los miremos a los ojos y veamos más allá del cuerpo inerte sobre el lecho hospitalario. Nuestros pacientes esperan, aunque no lo verbalicen, que nuestros servicios se extiendan a la unidad compleja que conforman en su condición de seres humanos, y es de nuestra responsabilidad, desde una cosmovisión bíblico-cristiana, ofrecerles lo mejor que tengamos a nuestra disposición, y eso, obviamente, incluye la esperanza del restablecimiento orgánico, pero va más allá de eso cuando con una simples oración, junto al enfermo y en favor de él, elevamos nuestra voz y los deseos del corazón sufriente, que esta prostrado en aflicciones frente a nosotros, al conocimiento de un Dios personal que escucha y atiende a las oraciones. En ese momento, sin decírselo, le mostramos al paciente que está en manos poderosas, porque El gran médico a quien le confiamos lo ve desde adentro y se importa con lo que le pase.
Y con la experiencia transcendente de los ojos cerrados, los corazones contritos y la mentes direccionadas al Creador abrimos paso al restablecimiento de la unión hombre- Dios y en consecuencia de eso a la fusión de las membranas que nos separan a los hombres de los demás hombres.
Karol.